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Proyecto Pulqui OVJ objeto volador justicialista Daniel Santoro |
En la mañana del 8 de febrero de 1951 asoma en el horizonte de Buenos Aires un pequeño avión con forma de flecha lanzado a gran velocidad. Era el Pulqui II, que en su primer vuelo público trazaba en el cielo la rápida diagonal del progreso ubicando a la Argentina entre los países mas avanzados, sorprendidos por este objeto inesperado que volaba a más de 1000 km/h. El Pulqui podía competir con el Sabre F 86 estadounidense y con el MIG 15 soviético. La tercera posición llegaba a la tecnología de punta. ![]() En medio del reparto del dominio del mundo por parte de las potencias, Tank se negó a colaborar con éstas, fue localizado por algún incipiente servicio secreto argentino que operaba en Alemania e invitado a Buenos Aires. Aquí propuso la creación de una serie de aviones para diversos usos que significarían un avance impensado hasta el momento. Junto con Tank vinieron una gran cantidad de técnicos calificados, inclusive otros equipos que competirían entre sí, tal el caso de Reimar Horten. A esto se sumó una gran cantidad de técnicos y obreros argentinos. El epicentro de esta movida fue la provincia de Córdoba, donde estaban las fábricas de IAME, el gran taller de la nueva industria argentina. La producción del Pulqui II incluyó la realización de cinco prototipos operativos a los que se les introducirían sucesivas mejoras. Después del golpe de 1955 el proyecto se desactivó y finalmente, en la década del '60, el Estado argentino adquiere a EE.UU. unos pocos y obsoletos Sabre F86, incorporándose dócilmente al inestable esquema de ese mundo bipolar. Kurt Tank, hostigado por la dictadura militar, se va con gran parte de su equipo y, a los pocos años, aparece en la India construyendo el Industán Marú, un birreactor de alta performance que aquí hubiera sido el Pulqui III. Así como irrumpió veloz en nuestra historia, el Pulqui también fue expulsado como un objeto metálico extraño, no metabolizado; tal vez por que traía la velocidad de una guerra lejana, desapareció rápidamente de nuestro horizonte sin llegar a concretar el conveniente drenaje ideológico que otras tecnologías alemanas sí realizaron al colaborar con los países centrales. ![]() El lugar del despegue no podía ser el aeroparque, era necesario un espacio apto para la ensoñación. Nada mejor para esto que la República de los Niños, una verdadera utopía territorializada, aunque la elección impuso un cambio de escala para nuestro Pulqui. Así, el pequeño aeródromo de ese lugar pudo ver volar por vez primera a ese ingenio metálico. La segunda etapa del proyecto consistió en su instalación en el Museo Caraffa en la ciudad de Córdoba. Aquí mostramos dos objetos que completan el evento: uno es el Pulqui suspendido en el aire, fijo y anclado por una pesada sombra de terciopelo negro. En el borde de sus alas lleva escritas con sal las palabras izquierda y derecha (evocando el mito en el que la sal convenientemente colocada sobre las alas y la cola de una pequeña ave impedía su vuelo). El avión, además de ser ese objeto caído que fija el límite de nuestros deseos, es también una metáfora del movimiento justicialista, el cual habita en el vacío entre ambas alas. Ese espacio, sin embargo, aparece ocluido para nuestro abordaje, por lo cual suponemos que realizará su corto vuelo más allá y a pesar de nuestra pericia y voluntad. El otro objeto es un velador cinético que funciona con el mismo principio físico con que lo hace un avión de turbina real (ingresa aire frío por debajo, es calentado por la lámpara y se expulsa a mayor velocidad, moviendo las aspas que hacen girar el cilindro con la imagen móvil). Así tenemos a nuestro avión y nuestros sueños en un vuelo nivelado y perpetuo como una eficaz defensa del cielo de nuestra infancia. |