Daniel Santoro: estética, historia y política. por Raúl Santana

Vacío y plenitud justicialista.por Daniel Santoro

La mamá de Juanito y una leyenda del bosque justicialista.por Daniel Santoro

Juanito Laguna era peronista. por Fabián Lebenglik

La ciudad justicialista. por Alberto Petrina

La lejana patria de la felicidad. por Norberto Griffa

La cuestión racial. El peronismo como cosa de negros y el descamisado gigante. por Daniel Santoro

La utopía tecnológica. por Daniel Santoro

Proyecto Pulqui. OVJ objeto volador justicialista.por Daniel Santoro y Marcelo Céspedes

Proyecto Pulqui. Memoria descriptiva.por Daniel Santoro

De la ilusión y de ciertas utopías.por Marcelo Céspedes

La construcción de un momento.
por Raimundo Fernández Mouján


El corto vuelo del Pulqui.por Emanuel Rodríguez

Gótico justicialista. Un ensayo escenográfico.por Matilde Sánchez

Pintar por Perón.por María Moreno

Manual del niño peronista. por Raúl Santana

La construcción de un momento
Sobre el film de Alejandro Fernández Mouján
Raimundo Fernández Mouján
El centro de gravedad de la película es una obra de arte: el Pulqui de Santoro.
Voy a empezar por el final, por un análisis de esa obra ya terminada. Análisis surgido, en gran medida, de la visión de la película.
El avión es, primero, un ícono. Responde claramente a la iconografía peronista y, sin embargo, para los que lo contemplamos, adquiere vida o, más bien, una dignidad viva.
Es sin duda una sensación, un algo inarticulado que da vueltas ("vuela" sobre nuestras cabezas) esperando ser articulado.
La obra se revela también como un índice, como una huella (o quizá un fragmento vivo) de lo ya fallecido, lo ya supuestamente incapaz de dejar huellas. Esto es el peronismo, un momento de la historia, una utopía que se encuentra no en el futuro sino en el pasado.
Este avión se separa así de su origen material para admitir también una verdad sobre su falso origen (el que ahora, una vez terminado, parece más real), sobre esa utopía. Viene a personificar esos instantes en el paraíso (la felicidad) que se producen cuando un pueblo encuentra un momento de esperanza, un tiempo de construir.
Cuando se habla de ese momento, del peronismo, siempre hay cierta incomodidad, es difícil decir lo que uno realmente siente. Las refutaciones y los prejuicios parecen difíciles de responder.
Entra entonces en acción nuestro querido avión, él mismo no admite refutación. Está aquí presente y, como un retrato fotográfico que no permite discusión sobre la presencia del retratado frente a la cámara, este ente volador viene a articular una verdad que satisface a quienes no podían, o no sabían, cómo responder a los renegadores de esta utopía.
El avión es lo que a uno le gustaría poder decir.
Y ¿cómo es este instante?, ¿qué es el peronismo? Saquemos los hechos históricos, los sucesos, ¿qué queda? Queda algo que está en las personas, algo que no es, sino que está en algo o alguien y que es imposible poner en palabras; es algo mudo y el arte es esa expresión de cierto mutismo. Este avión viene a personificar ese ser del peronismo.
El Pulqui es una huella, pero no una producida por los "sucesos", por los datos históricos, sino por lo que realmente es la historia, por los sujetos, y aquello que en ellos vive.
"El peronismo crea esa tensión entre realidad y ficción", dice Santoro en un momento de la película. Es una metáfora del documental.
Así como el peronismo presenta esa ambigüedad entre qué es verdad y qué es mito, un documental siempre tiene este pasear entre ser demasiado "transparente", pretendiendo contar una "verdad objetiva", ocultando sus herramientas (las que sí son verdaderas), y el exceso de construcción estética y plástica que viola la relación de justicia que debe tener hacia lo que muestra y que no permite explorar los sentidos de las imágenes.
La película camina ese límite sin desviarse nunca. Construye sus metáforas, habla con la cámara y sus movimientos, con sus herramientas, quiere que nos quedemos con algunas imágenes. Sin embargo, también deja hablar. Porque cuando se filma, se condensan existencias en imágenes. Esto formula exigencias, una cierta responsabilidad de parte de quien filma de no violar el sentido de esas existencias; Es lo más difícil de hacer y la película lo hace con éxito.
Nos muestra el devenir de una obra de arte, el realizarse de una forma. En este sentido, no puedo evitar mencionar una imagen que tengo grabada y que, creo, es una metáfora del inicio del proceso de creación de una obra: en el estudio del artista aparecen dos cuadros, uno al lado del otro. El de la izquierda contiene sólo color, una gran mancha; el de la derecha, sólo el boceto en carbonilla de una futura pintura.
En el estudio de Santoro vemos una suerte de espacio liminar. Los objetos, la vida cotidiana, el entorno son reconfigurados en un espacio nuevo que inaugura una mirada diferente: la de la obra de arte. Una filmación satelital de la ciudad de Buenos Aires se revela, con un movimiento de cámara, como una imagen impresa, herramienta de una transformación, de una creación artística.
Ahora bien, el transcurrir material de la construcción de la obra sucede en otro espacio: el taller de un viejo maquinista de teatro, Miguel, en Valentín Alsina.
Aquí se nos muestra lo indeterminado en la creación de una forma. Los materiales (o la misma forma) se resisten, se imponen a las ideas previas. Hay que cambiar los planes, pensar de nuevo. El Pulqui pugna por nacer, pero aun sin existir todavía, va guiando su propia construcción, su forma.
Las imágenes del vuelo por el bosque y la despojada marcha peronista hablan de esta lucha de la obra por salir a la luz.
Se refieren también al carácter que tendrá el avión. Como éste, el bosque peronista y la melodía ya no se nutren más de los sucesos históricos de los que supuestamente son signo, sino que recrean, al igual que el Pulqui, el sentido de la experiencia peronista.
El realizarse de esta forma es desordenado y discontinuo. La cámara lo sabe. Santoro está en su estudio empezando a pintar un cuadro del Pulqui; se sienta, mira lo que hizo, luego mira a otro cuadro al costado que también está empezado, y comienza a trabajar en éste. Así será durante gran parte de la película. A veces la forma se niega a aparecer, a veces no sabe qué hacerse y, en otros momentos, todo parece encaminado. ("Hace quince días era un alambre...", dice Miguel.)
Con el taller aparece una persona clave en la película. Tengo para mí que Miguel, a pesar de ser partícipe de la construcción del Pulqui, cumple en el film una especie de encarnación del espectador de una obra de arte; o más bien, de cómo debe ser el espectador.
Él es quien mejor comprende la obra, quien más siente al avión como la expresión de ese momento de felicidad. Por eso, no quiere abandonarlo, quiere que Daniel lo deje en su taller; por eso, sufre tanto con los golpes producto de los vuelos, y por eso se niega a cortarlo para transportarlo a un museo.
Busca aferrarse a esa fantasía hasta que ya no pueda hacerlo más. A esto me refería con el cómo debe ser un espectador: estar vinculado con la obra, hacer su propia experiencia de ella, nunca ser indiferente.
Me resulta muy fecundo el tratamiento que se hace en la película tanto de los sucesos históricos como de lo que llamamos 'realidad social'.
Aquello que es el contexto histórico del Pulqui II original (su origen, creadores, el fin del proyecto, etc.) se nos cuenta a partir del artista. Es que justamente los datos sobre la historia no nos interesan como tales sino en función de lo que Santoro hace con ellos, de su interpretación y, por lo tanto, de lo que suceda con la obra.
En este sentido, tampoco la realidad social se nos presenta a través de datos, estadísticas, entrevistas con "especialistas" como sucede generalmente en los films que solemos llamar documentales. A estas herramientas se las reemplaza con imágenes que tienen una fuerza inesperada. Cartoneros viajando en un camión o cruzando un puente son situaciones que todos hemos visto miles de veces, pero hay algo que pasa aquí: esos rostros, esos cuerpos adquieren un sentido nuevo. Estas imágenes nos permiten entrar, o quizás ellas se filtran hacia nosotros. Ahora lo cotidiano viene a primer plano y en esta venida se revela como terrible. Por unos instantes lo normal se muestra en su esencia, intuyo ahora que esa cotidianidad insignificante, esa sumatoria de momentos que en la vida es lo más importante y, por sus condiciones hoy en día, lo más desesperante. Es una angustia en la pasividad de la vida diaria.
La película es una reflexión sobre la creación artística. Es re-flexión porque tiene varios niveles, es un film que al fijar la mirada sobre la construcción de una obra, habla también sobre sí mismo y las capacidades expresivas de su propio medio.
Y finalmente, tanto en la realidad como en la película (que es también realidad), nuestro objeto amigo voló, no podía ser de otra manera. Voló él pero volaron también quienes lo vieron nacer, lo cuidaron y lo empujaron hacia su objetivo de volar.
Por eso la preocupación por el destino del vuelo, ¿volará?, ¿cómo caerá?, ¿se romperá? Se los ve nerviosos, saben que el golpe que reciba el avión lo sentirán ellos también.
No pueden evitarlo, con este avión vuelven a sentir esos instantes en el paraíso.
El escenario parece ideal. La República de los Niños tiene, por un lado, un claro significado vinculado al peronismo, pero, por otro, es su relación con la niñez, con la posibilidad de la magia en la que creen los niños, lo que hace de este lugar el contexto idóneo para ser el entorno de la realización de una fantasía o, lo que es lo mismo, de la realización de la felicidad.
Buenos Aires, 2006.



Bibliografía utilizada:
Agamben, Giorgio. Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005.
Pareyson, Luigi. Estética. Teoría della formativitá, Bolonia, Zanichelli, 1990.